sábado, 8 de agosto de 2015

Valor del mes: La Paz

Cuento de Paz

13-Paz-02

El Jardín de los Mirlos

Hace muchos años, en una lejana ciudad, existió un hermoso parque. En él había árboles de todos los tipos, una gran variedad de flores y vereditas sombreadas por las que paseaba la gente. Los habitantes de la ciudad llamaban a ese lugar el Jardín de los Mirlos, pues en las copas de los árboles habían construido sus nidos las aves de dicha especie. Las personas las admiraban y solían pasar horas deleitándose con su canto. Todos quedaban encantados con las alegres notas que flotaban en el aire tibio, creando una música que contagiaba de felicidad a todos. Los mirlos se sentían orgullosos de la admiración que despertaban entre los visitantes y todos los días afinaban sus pequeñas gargantas y vocalizaban para que su interpretación resultara siempre perfecta.
Una tarde arribaron al Jardín de los Mirlos varios ruiseñores que se vieron obligados a abandonar el bosque donde vivían, el cual había sido devastado por los humanos. Se instalaron en una zona poco transitada del parque y construyeron sus nidos en la fronda de un viejo roble. Muy pronto los mirlos comenzaron a sentirse molestos con los extranjeros, pues el trino de los ruiseñores sonaba distinto del suyo. Muchos llegaron a decir que eso no era un canto verdadero, sino sólo una serie de ruidos discordantes. Algunos temieron que el horrible sonido que producían los recién llegados opacara su hermoso canto. Enojados, los mirlos fueron hasta el roble que albergaba a los ruiseñores. Les dijeron que aquel sitio se llamaba el Jardín de los Mirlos y, por lo tanto, sólo ellos podían vivir allí. No había lugar para otros pájaros. Los ruiseñores respondieron que no tenían casa y suplicaron que les permitieran quedarse. Los mirlos no estuvieron de acuerdo y con sus picos comenzaron a destruir los nidos de los ruiseñores, quienes se vieron obligados a defenderse. Entonces se desató una guerra.
En medio del alboroto y el batir de alas se escuchó de pronto una potente voz. Era el viejo roble: “¡Basta! ¿Acaso no pueden convivir en paz?”. Los mirlos explicaron que no podían permitir la presencia de esos extranjeros en el jardín. Su canto era tan molesto que alejaría a los visitantes. “Pues a mí me parece que su trino es hermoso”, opinó el roble. “¿Estás diciendo que cantan mejor que nosotros?”, preguntaron los mirlos muy ofendidos. “Sólo dije que su trino me parecía hermoso”, dijo el árbol. “Nosotros cantamos mejor —argumentaron ellos— y nadie tiene derecho a opacar nuestra voz.” Entonces el roble les dijo que ninguno de los dos tipos de pájaros cantaba mejor que el otro. Cada canto era distinto y, por lo tanto, no podían compararse. También explicó que en aquel jardín había lugar para todos. “Pero si esos intrusos se quedan —replicaron los mirlos—, la pureza de nuestra voz se confundirá con la de ellos.” “¿Y qué tendría eso de malo? ¿Por qué no hacen la prueba? Interpreten su música al unísono y escuchen cómo suena.” Así lo hicieron. La melodía de los mirlos armonizó de manera sorprendente con la de los ruiseñores, produciendo una combinación nueva y hermosa. Ello fue advertido de inmediato por las personas que se encontraban en el parque, quienes se detuvieron para escuchar encantadas aquella música. Desde entonces, los mirlos y los ruiseñores cantan juntos en ese parque. Sus interpretaciones hacen las delicias de los visitantes, los cuales pasan muchas horas escuchándolos.
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